Ayer la imagen de Aylan Kurdi, ahogado en las aguas, donde él debería jugar y no yacer muerto, circulaban por el mundo, indignandoy horrorizando. El bullicio fue mayor, la foto demostraba la bestialidad del ser humano, mostraba la fragilidad del universo encarnado en un niño de 3 años. La foto, del espacio sagrado, que constituye la vida del ser humano y del universo que en sí misma consiste, quedaba reducida al escándalo visual en muchos casos y a la indiferencia en otros.
Han pasado veinticuatro horas y se habla mucho menos del tema. Sin embargo el silencio reflexivo e indignante no es el que prevalece, sino aquel que nos sigue manteniendo sentados o caminando con un espejo delante nuestro. La imagen quedó en imagen y el pequeño Aylan Kurdi y los millones de refugiados, explotados, marginados, cada uno con nombre propio, reducidos a un artículo noticioso.
Hoy en tono de protesta le pregunto al Dios crucificado, que parece estar ausente y expulsado del hombre, el porqué de que el universo haya sido asesinado. La insania e indiferencia siguen matando. El falso Yo del hombre sigue acabando con la sagrada vida, sigue destruyendo el universo.