Tomado del evangelio apócrifo del discípulo amado. Se acercaba la pascua y Jesús caminaba con sus amigos por la Galilea y se preparaba para ir hacia Jerusalén. Su fama ya había cruzado las fronteras. Un maestro de la ley enviado por los sacerdotes del templo fue a su encuentro. Jesús estaba rodeado de mujeres, de enfermos, de niños, de samaritanos y de todos aquellos que tuvieron una experiencia íntima con él o deseaban encontrarlo. El maestro de la ley encaró a Jesús diciéndole: “No tienes mujer ni hijos y te llaman rabbí, estás rodeado de pecadores y te llaman el hijo de Dios, curaste al joven amante del centurión ¿eres acaso un sodomita (homosexual) o consientes la sodomía?”. Jesús lo miró a los ojos y le replicó: “¿Dices todo esto porque curo a los enfermos, acojo a los pecadores, alivio a las mujeres y niños despreciados por el templo, muestro al Padre, entrego verdad y vida sin condiciones? Si es así ven y sígueme y no solo apreciarás lo que me dijiste y te digo sino que contemplarás el rostro de Dios y su reino.” El maestro de la ley dio media vuelta y se marchó raudo.
Viernes, cinco y veinte de la mañana desperté, y en el cielo oscuro buscaba el paso de la luz, mas no apareció y busqué el sueño consolador. Viernes, ocho de la mañana desperté y encontré. Palabras tuyas iluminaban mis ojos, tal vez no había visto en la hora y dirección indicada. Sábado por la noche y estrellas de un firmamento desconocido eran opacadas por una fulgurante, estilizada y bella figura que apareció por una escalera de cristal o tal vez de otro material. Domingo y sus primeras horas observaban la danza. Eran pasos armoniosos dibujados con el pincel del Artista. La belleza existe y me convencí de ello. Llegó el momento de mostrar el alma, los sentimientos tomaron por asalto a las palabras, las palabras encarnaron los sentimientos. Comprendí que la belleza de la vida radica en la verdad de cada uno y en que la felicidad solo es completa cuando es compartida. Probar la verdad del mismo manantial de vida, que surge cuando se unen el cielo y la tierra a través de esa voz suave desprendida por el Viento y originada desde lo profundo del ser, se hizo audible en tu escuchar y visible en tu estar. Tal vez sí era el tiempo y lugar indicado, pero ahora te observo, belleza de la vida, tanto en la oscura noche como en el radiante día.
Sobre "Hacia rutas salvajes", película dirigida por Sean Penn. Christopher McCandless, el buen "Alexander Supertramp" emprendió el viaje más emocionante y profundo que un ser humano pueda realizar. El de Chris fue un recorrido interno y espiritual, guiado por lo que sentía, mientras caminaba y rodaba rumbo a Alaska.
Terminó la universidad con un rendimiento sobresaliente donde realizó estudios en historia y antropolgía. Sin embargo el mucho saber no le satisfacía, pero sí le sirvió para emprender el recorrido saliendo de lo convencional, de lo marcado por una sociedad que lo encerraba y asfixiaba, que le dictaba consumir todo lo que se podía, lo que al fin y al cabo resulta tan pequeño y pobre que solo te sirve para sonreír un momento y luego querer más cosas.
Sin decirle nada a su familia, dejándolo todo partió. Donó los veinticuatro mil dólares que tenía ahorrado a una asociación benéfica. Perdió su auto en una inundación y se deshizo de los últimos billetes que guardaba.
Así iniciaba su viaje, despojándose de todo lo que lo podría atar. Recorrió diferentes regiones de Estados Unidos, llegando incluso a México. Luego tomó el rumbo hacia Alaska, que era su objetivo y deseo desde que comenzó la travesía. Este camino lo llevó a relacionarse con diferentes personas de las que iba apreciando y aprendiendo lo que solo puede darte el contacto real con la gente. Tuvo también momentos pronunciados de soledad en su itinerario.
No exento de penurias y dificultades consiguió llegar al lugar deseado.
Las mociones que pudo identificar y nombrarlas mientras realizaba ese viaje de búsqueda, abierto a las sorpresas y durante su severa y solitaria estancia en una zona de Alaska lejos de la civilización, le permitieron elegir libremente el camino de felicidad ansiado y el poder ver a Dios en todas las cosas.
Consiguió descubrir en los dos años de viaje y en los cuatro meses en las frías tierras, la verdad buscada, no maniatada ni encerrada en su querer.
Esa especie de retiro espiritual durante su vida de viajero itinerante le dio luz para que se haga presente y pueda escribir lo que se podría considerar en palabras de la espiritualidad ignaciana, su principio y fundamento. Había encontrado el significado para su vida, el que "la felicidad solo es real cuando es compartida".
Con esa alegría que lo desbordaba emprendió el camino de regreso, pero una situación desbordante también como fue la crecida del río, lo conminó a quedarse en el bus mágico, tal como él mismo denominó al vehículo abandonado que encontró y que fue su casa en los últimos meses. Con poco alimento en su despensa, buscó en el bosque y se envenenó al confundir vegetales silvestres.
Con síntomas severos de inanición pudo escribir, en uno de los tantos libros que llevó consigo, las que fueron su últimas palabras: "He tenido una vida feliz y doy gracias al Señor. Adiós, bendiciones a todos”. Dos semanas después fue encontrado su cuerpo dentro del bus mágico.