Paisaje de verano con flores de amapola, de Pal Szinyei Merse
En el ancho mar. No permitas que las frías aguas profundas congelen mi espíritu, permite que navegue con firmeza y que mi espíritu guerrero no desfallezca. En la pradera. No permitas que la helada marchite mis flores, Permite que el calor de la vida muestre mil colores. En la ciudad. No permitas que me arrodille en un templo ante Dios para adorarle, permite que me incline ante el hombre para amarle. En la vida. No permitas que nuestra fe se ahogue dentro de las paredes del temor, permite que sea una fe revolucionaria que camine por las fronteras. No permitas que las heridas, fracturas y limitaciones me hagan abandonar la misión, permite que ésta sea el fuego que inflame el mundo. No permitas que abandone mi esencia, permite que de ella nazca la entrega total.
Tomado del
evangelio apócrifo escrito por mí en el siglo XXI.
Estaba Jesús caminando entre sus amigos cuando de pronto se le acercó el discípulo amado y desconcertado le dijo: “Jesús, la ley señala que debemos guardar el sábado como día exclusivo para alabar al todopoderoso Dios. Y me siento atado, no puedo ayudar a mi vecino que tiene a su familia enferma y necesita asistencia.”
Jesús lo miró con sumo amor y le respondió: “¿Y qué te dice a ti desde el fondo de tu corazón el Dios del Amor?” El discípulo amado no comprendía bien las palabras del maestro.
Añadió Jesús: “Solo eso te debe bastar para decidir y es en tu relación íntima con el Padre donde debes buscar.”
El discípulo amado no cumplió con la ley del sábado y salió rumbo al encuentro de su vecino.
Viernes, cinco y veinte de la mañana desperté, y en el cielo oscuro buscaba el paso de la luz, mas no apareció y busqué el sueño consolador. Viernes, ocho de la mañana desperté y encontré. Palabras tuyas iluminaban mis ojos, tal vez no había visto en la hora y dirección indicada. Sábado por la noche y estrellas de un firmamento desconocido eran opacadas por una fulgurante, estilizada y bella figura que apareció por una escalera de cristal o tal vez de otro material. Domingo y sus primeras horas observaban la danza. Eran pasos armoniosos dibujados con el pincel del Artista. La belleza existe y me convencí de ello. Llegó el momento de mostrar el alma, los sentimientos tomaron por asalto a las palabras, las palabras encarnaron los sentimientos. Comprendí que la belleza de la vida radica en la verdad de cada uno y en que la felicidad solo es completa cuando es compartida. Probar la verdad del mismo manantial de vida, que surge cuando se unen el cielo y la tierra a través de esa voz suave desprendida por el Viento y originada desde lo profundo del ser, se hizo audible en tu escuchar y visible en tu estar. Tal vez sí era el tiempo y lugar indicado, pero ahora te observo, belleza de la vida, tanto en la oscura noche como en el radiante día.
Escribe Sheila Falen Alvarado. Hace varios años que viajo por motivos laborales y me siento cansada.
Medito la idea de regresar a un trabajo menos agitado que me permita realizar
actividades con regularidad. Sin embargo cada viaje es un descubrimiento
maravilloso y ya enrumbada o en destino, agradezco tener la oportunidad de
conocer nuevos países y ciudades.
Cada tierra huele diferente, el aire tiene su propia fragancia, la
gente un propio estilo, y hasta los colores me sorprenden cuando toman
diferentes tonalidades gracias a un mayor o menor brillo solar. Definitivamente
lo más especial para mí son las visitas al campo y el contacto con la
naturaleza, sumadas a las conversaciones que mantengo con todas las personas
durante mis viajes. Dejarse contagiar del tema, de sus intereses, de sus
preocupaciones es mágico, me hace sentir que cada persona es un libro abierto
aunque no lo sepa.
Regreso cada vez a mis viajes, y es aquel maravilloso tiempo el que me
permite compartir conmigo misma. La vida me da la oportunidad de explorarme en
diferentes escenarios y con diferentes actores. Me alegra siempre descubrir que
sigo siendo yo misma.
Hoy regreso de la Sierra Nevada de Santa Marta en Colombia. Paisaje
arrollador que absorbe. Playa y montañas a la vez, que confunde pero que te
reta a conocerla más. Ver mariposas morpho azules volando por todos lados es emocionante,
agua brotando de las montañas y mucho verde en inimaginables escalas de
colores.
Debo decir que la naturaleza me hace añorarla. Por muchas razones me
hace sentirla como mi madre y mi creadora. Quiero ser su mensajera y envolverme
de verde.
En el último viaje me hizo sentir pájaro y fue una experiencia muy
real. Pasó por mi lado una pareja de aves en vuelo, juntas disfrutando de su libertad
y deseé volar también. Ser como ellas, jugar en el aire y sentir las corrientes
del viento por mis alas. Ir a toda velocidad sintiendo mi capacidad voladora y
simplemente ser feliz así. También me hizo sentir árbol, cuando vi uno que se
levantaba en el punto más alto de las montañas, con ramificaciones que parecían
grandes brazos abiertos hacia el cielo, con una corteza que solo al mirarse ya
se sentía suave como una piel.
La naturaleza es madre y creadora, y pide complementarse con un
elemento que hace mucho dejó de sentirse como parte de ella, los seres humanos.
Regresemos a ella conscientemente en el día
a día, mírala, búscala. También nos siente en la ciudad.
Publicado en el diario La República el 18 de setiembre del 2015 Debo admitir, y con mucha alegría, que la persona que busco a diario como el cimiento de mi vida y de mi discernimiento es un hombre hereje e itinerante, Jesús de Nazaret.
Recordemos que, según el diccionario, hereje es aquel que cuestiona -con un concepto controvertido o novedoso- ciertas creencias establecidas en una determinada religión.
¿Cómo puede ser que la Revelación de Dios se dé en el hereje por excelencia?
Había salido Jesús ya de su pueblo hacia Cafarnaún, cuando se iniciaron los entredichos con los maestros de la ley, miembros del grupo de los fariseos. En Marcos 3, 1-6 podemos apreciar a todas luces lo que significó Jesús para la religión oficial y la sociedad judía de aquellos años.
“Entró (Jesús) de nuevo en la sinagoga, y había allí un hombre que tenía la mano paralizada. Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle. Dice al hombre que tenía la mano seca: «Levántate ahí en medio». Y les dice: «¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?» Pero ellos callaban. Entonces, mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: «Extiende la mano». Él la extendió y quedó restablecida su mano. En cuanto salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos contra él para ver cómo eliminarle”.
Jesús parte de Nazaret y es en esa vida itinerante entre los más necesitados y pobres de la región, que se convierte en símbolo vivo del Reino de Dios y de su fe en él, de la dignidad y libertad para los olvidados y marginados.
Jesús rompe con la autorreferencialidad de la religión y la observancia rigurosa de la norma y la tradición que situaban en segundo plano, la búsqueda del bien de la persona. Nos muestra con claridad que el Reino de Dios va gestándose desde donde son libradas las luchas para terminar con las injusticias que se dan contra los pobres, enfermos y marginados. Es tanta la ceguera y el cuidado de las formas de la religión por parte de los fariseos que éstos, indignándose ante la acción de Jesús, incluso maquinan su asesinato.
Transcurridos dos mil años pareciera que poco ha cambiado. Como Iglesia no podemos sentirnos los únicos portadores de la verdad a través de los dogmas y las doctrinas. Tampoco se trata, si nos sentimos parte de ella, de caer en el abandono total de las mismas; tenemos que ir más allá de ellas, con una visión amplia que trascienda en la elección (hereje tiene su procedencia etimológica en elección u opción) de la búsqueda evangélica, de la misericordia que hermana y del bien para los que más necesitan, para volvernos “próximos” de ellos. El mundo, “creyente” y “no creyente”, necesita de esa herejía y no de portadores absolutos de verdades que segregan y abren heridas profundas.
El cuestionar y confrontar, desde nuestra íntima relación con el Dios de Jesús y contemplando la realidad de nuestra sociedad, las doctrinas de una institución que ha comenzado a caminar en estos últimos dos años a pasos más acelerados de los acostumbrados, nos llenan de esa presencia luminosa y de la radicalidad con la que nos empapa el Evangelio. Así podremos obtener lo que nos motive a descubrir por dónde va nuestra felicidad en esta vida, en el que la búsqueda de justicia es un imperativo.
Sepamos, “creyentes” y “no creyentes”, que un hombre caminó y vivió movido por lo que sentía en lo más profundo de su ser, en la búsqueda de un mundo mejor y digno.
Nuestra fe es revolucionaria, mencionó el papa Francisco en su viaje por Sudamérica. Agregaría que la fe de cada persona puede llegar a serlo en cuanto salgamos de nosotros mismos y ampliemos nuestra mirada hacia las fronteras, hacia las periferias.
La esencia misma de esa fe es Jesús, el hereje itinerante.
Sobre "Hacia rutas salvajes", película dirigida por Sean Penn. Christopher McCandless, el buen "Alexander Supertramp" emprendió el viaje más emocionante y profundo que un ser humano pueda realizar. El de Chris fue un recorrido interno y espiritual, guiado por lo que sentía, mientras caminaba y rodaba rumbo a Alaska.
Terminó la universidad con un rendimiento sobresaliente donde realizó estudios en historia y antropolgía. Sin embargo el mucho saber no le satisfacía, pero sí le sirvió para emprender el recorrido saliendo de lo convencional, de lo marcado por una sociedad que lo encerraba y asfixiaba, que le dictaba consumir todo lo que se podía, lo que al fin y al cabo resulta tan pequeño y pobre que solo te sirve para sonreír un momento y luego querer más cosas.
Sin decirle nada a su familia, dejándolo todo partió. Donó los veinticuatro mil dólares que tenía ahorrado a una asociación benéfica. Perdió su auto en una inundación y se deshizo de los últimos billetes que guardaba.
Así iniciaba su viaje, despojándose de todo lo que lo podría atar. Recorrió diferentes regiones de Estados Unidos, llegando incluso a México. Luego tomó el rumbo hacia Alaska, que era su objetivo y deseo desde que comenzó la travesía. Este camino lo llevó a relacionarse con diferentes personas de las que iba apreciando y aprendiendo lo que solo puede darte el contacto real con la gente. Tuvo también momentos pronunciados de soledad en su itinerario.
No exento de penurias y dificultades consiguió llegar al lugar deseado.
Las mociones que pudo identificar y nombrarlas mientras realizaba ese viaje de búsqueda, abierto a las sorpresas y durante su severa y solitaria estancia en una zona de Alaska lejos de la civilización, le permitieron elegir libremente el camino de felicidad ansiado y el poder ver a Dios en todas las cosas.
Consiguió descubrir en los dos años de viaje y en los cuatro meses en las frías tierras, la verdad buscada, no maniatada ni encerrada en su querer.
Esa especie de retiro espiritual durante su vida de viajero itinerante le dio luz para que se haga presente y pueda escribir lo que se podría considerar en palabras de la espiritualidad ignaciana, su principio y fundamento. Había encontrado el significado para su vida, el que "la felicidad solo es real cuando es compartida".
Con esa alegría que lo desbordaba emprendió el camino de regreso, pero una situación desbordante también como fue la crecida del río, lo conminó a quedarse en el bus mágico, tal como él mismo denominó al vehículo abandonado que encontró y que fue su casa en los últimos meses. Con poco alimento en su despensa, buscó en el bosque y se envenenó al confundir vegetales silvestres.
Con síntomas severos de inanición pudo escribir, en uno de los tantos libros que llevó consigo, las que fueron su últimas palabras: "He tenido una vida feliz y doy gracias al Señor. Adiós, bendiciones a todos”. Dos semanas después fue encontrado su cuerpo dentro del bus mágico.